AGALMA (o el deseo de las flores)


Sobre la hierba bajo la cual respiraba suavemente el dormido, ella amó nuevamente con la misma pureza, con los mismos quejidos de placer y locura. Usó del mismo amor que clavado duraba en la memoria intemporal de aquel que anda en el Reino de los Muertos.
Miguel Ángel Bustos

En el crimen de mi carne,
en el péndulo,
en la oscilación de sus células
cuadrantes, habló de nuevo la niña
con nueve voces por sangre.
Sangre que irriga la orilla,
chorrea semen de mis patriarcas
y coágulos de luz a mis dendritas…
Voces para el niño aerum
que habla a través de los pájaros
que nadan en su cabello encendido.

I
Hay un témpano quemando mi espíritu, se escurre en mí, como la aurora, como los mechones agudos de tu lengua prolífica. Niño rey, niño ave de paso que trazas el límite entre lo húmedo y lo astringente. Oceánide poblado de sepas, de seres posibles. Nace la tierra con tu pie, en el crujir de la carne al reventarse, en la lámina, en la cuchilla aguda. Ágil, sumergido en tu pellejo lleno de lenguas que tejes noche tras noche. 

II
Entierras el mundo en mi pecho con tu palabra marítima, con el acto de presencia del que tu gesto precede. Acuoso niño de oro que nutres las pencas de este rizoma: de este entreabrir lúcido, que sueño al rescribir la partitura del canto allanado siete veces bajo su misma forja, forja que se hunde en el abismo (el cual contemplo desde abajo) 

III
Vestal en la gracia de Hermes,
—el mar me espuma los confines.
Mar padre,
Mar maestro,
Vehículo que todo lo inundas con apetito.
Antiquísimas notas que tallan el lumen en el iris.
quiebras mis huesos en tus profundidades,
en tus parajes tan cristalinos
como el brillo fálico que me consume: Borinken.
Agálmata
niño de oro cuyo brillo forja este poema
con el lenguaje mismo.
Brillo que con arcilla ilustra el viaje
de entes monumentales
enarbolando esta selva.
Tan viejo eres niño
occidental
que tu respiración todo nutre
Naces cuando la tarde cae.
Entonces parece que te me olvidas,
pero al temor de olvidar,
te reproduzco:
esta garganta, que es el mundo,
derrama todos los versos
que me has tatuado en los flancos

IIII
M           i              r              o                             d            e                             c            a             r              a                             a             l                              s             o             l
c             o             n                            l             a                             p            r              o             m            e             s              a                             d             e                             e            s              t              e
t              e             x             t              o                             q            u             e                             a            l                              i             n                i              c             i              a             r                             s             e                             e            x             t              i              n                g             u             e



V
Gaélico
niño de oro,
efluvio de las voces del algo que me posee.
Vertiginoso,
hechicero
Tu boca resguardo a un costado de mis fallas;
Suelto tú estampa en mis manos,
a temor de abarcar más de lo que ajusto…

VI
Ardes niño de oro, 
como un ávido rascacielos de luz
que atraviesa mis glóbulos.
Sobre la cumbre del día.
Al ras de lo que se avecina…
Erijo tu nombre en un tumulto de ráfagas.
en el bordo de esta noche que sólo se expande.
Mil pájaros que en la repetición del cielo
tallan mi cuerpo hermafrodita,
zurcen el hálito de esta trama en la periferia del tacto.
Tacto
que es este momento en nuestra tez


VII
Mecido mi cuerpo en la providencia,
—miro las fauces del planisferio repleto de númenes abrirse.
De estas fieras, niño de oro, de esta urgencia de fruta, de estos gajos de luna meciéndose en tus pestañas no habrá más testigo que la noche. Yo también creí que nos pondríamos juntos en nuestra vida de mil años. Que nuestros vientres hinchados de todos los tiempos florecerían en una profecía sobre el amor que se funde…

VIII
Hablan las Moiras con el éter
en hilos
en aves talladas por la marejada nítida
estrechan agudos destinos
pero suaves

VIII
Se expande el niño y nace el hombre 
como un escorpión de lirios  
que elucubra  el falo de Anuvis


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